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La Habitación de Ava
Relatos Cortos 5

La culpa

Por Ava Tamsen @@ava_tamsen · On 20 enero, 2016


¿Qué es la culpa? A día de hoy todo el mundo conoce ese sentimiento. Hasta los niños más pequeños saben distinguirlo cuando hacen alguna trastada y les riñe algún adulto. Hay tantos y tantos tipos de culpa que no hay persona que viva o haya vivido libre de ella en algún momento. En este caso, hablaremos de Sandra. A ojos de cualquier persona que la conozca, podría envidiar su vida. Hasta ella misma a veces así opina. Tiene un marido estupendo que le demuestra continuamente cuánto la ama. Su hijo con solo cinco años, la idolatra y bebe los vientos por ella. Además es socia en un importante bufete de abogados en pleno centro Madrileño. Tiene una casa de dos plantas a las afueras de la capital, incluso dos pastores alemanes rematadamente educados. La vida perfecta. Esa vida soñada por cualquier mujer. Pero, ¿y Sandra? Ella no se considera perfecta, no se considera digna de esa vida.
A pesar del tiempo transcurrido, sigue pensando en él. No consigue ser del todo feliz. La culpabilidad la acecha en sus sombras. Vive su vida, aprovecha los días dedicándose al trabajo, y en querer a su hijo y marido, pero de vez en cuando los recuerdos vuelven a ella. Y de nuevo se atormenta.

Así estaba, redactando una demanda en su ordenador cuando una famosa y antigua canción comenzó a sonar por los altavoces de la mini cadena que tenía en su despacho. Los dedos pararon y ella, con la mirada perdida volvió a recordar su historia.

Tenía 15 años cuando lo conoció. Una amiga en común los presentó aquella tarde de Agosto. Carlos, que así se llamaba el chico en cuestión, había venido a veranear al pueblo con su abuela mientras sus padres estaban en pleno proceso de divorcio. Sandra nada más verlo quedó prendada de él. Era rubio, mucho más alto y tres años mayor que ella. Sus ojos eras más claros que el mismo cielo y dos hoyuelos se formaban en sus mejillas cuando sonreía. Esa misma noche, del día en que los presentaron, ya entablaron conversación. Todavía no habían aparecido los primeros rayos de la aurora, cuando ya estaban dándose su primer beso. Intenso, indefenso y con todo el amor que dos jóvenes a esa edad saben dar.
Pasaron el verano de sus vidas. O eso creían ellos dada su inexperiencia en lo que concierne a las relaciones.

Acabó el verano pero ellos decidieron seguir con su relación, Sandra iba al instituto por las mañanas y aprovechaba cualquier tarde que no tenía que estudiar para quedar con Carlos. Estaban enamorados y así se lo demostraban a diario. Pero cuando llegó la sentencia de divorcio a casa Carlos algo en su interior cambió. Dejó de lado a sus amigos de toda la vida y empezó a salir con su vecino. Un chico unos años mayor que él, del que todo el barrio hablaba, y no precisamente bien. Seguía con Sandra. El amor que sentía hacía ella no había cambiado, pero en vez de refugiarse en ella o en un especialista, decidió sobrellevar el divorcio de sus padres jugando con las drogas. Sandra lo sabía e intentaba en vano hablar con él. No tenía a nadie con quien compartir los problemas a los que se afrontaba él, pues sabía que si se lo contaba a sus padres le prohibirían estar con él.Un buen día, y de la mejor manera que supo con solo 16 años, se armó de valor y llamó al padre de Carlos. Entre lágrimas le contó las idas y venidas de su novio con la cocaína y entre ambos intentaron ayudarlo.
El padre de Carlos decidió llevárselo a vivir con él una temporada, pues creía que sacándolo del barrio y la gente con la que frecuentaba, conseguiría que su hijo volviese a ser el mismo chico que era antes de adentrarse en ese mundo.
La temporada se convirtió en meses, Sandra y Carlos seguían con su relación. A veces él estaba distante, pero ella le permitía esos momentos de soledad, pues aunque desconocía el sentimiento que envolvía a su novio, se consideraba una joven muy empática y podía llegar a entender lo que él necesitaba. Por eso creía que había hecho lo correcto hablando con el padre de Carlos, incluso éste nunca se lo echó en cara. Creía que era la solución a ese problema y que en un futuro no muy lejano, volverían a estar como el verano que se conocieron.
Que equivocada estaba. El día temido llegó y todo cambió, Sandra entró en casa del padre de Carlos y éste, todavía en pijama, miraba hacía el vacío, mientras una tarjeta y restos de ese polvo blanco descansaban encima de la mesa. Sandra intentó en vano hablar con él, que le contase que le pasaba, superar juntos esa adicción. Sin embargo el silencio de Carlos nuevamente los envolvió. Tras varios minutos que se hicieron eternos, Sandra lo miró y algo se resquebrajó dentro de ella.
¿Qué estaba haciendo? ¿Era esta la vida que quería? ¿Dónde les llevaba esta situación?
Decidió hacer de tripas corazón y levantándole la cara con ambas manos para que la mirase, dulcemente se despidió de él.
-No puedo seguir así si tú no estás dispuesto a seguir adelante.

Los ojos vacíos de Carlos la miraban sin decir una palabra.
-Lo he intentado, de verdad que lo he intentado con todas mis fuerzas, pero ya no puedo más. Te quiero Carlos pero si no miras por ti mismo yo no puedo mirar por los dos. Espero que encuentres la felicidad.

Y sin una palabra más, Carlos desvió la mirada al suelo y Sandra cogió su bolso para salir de aquella casa sin mirar atrás.
Llegó a la suya y lloró, lloró durante días, semanas. Solo ella supo lo que le costó concentrarse en aprobar las asignaturas. Peleó con sus padres por no querer contarles que había pasado con Carlos, e intentó seguir hacía adelante como le había dicho a él.

Un mes después recibió una llamada del padre de Carlos. Le recriminó que lo hubiese dejado, y como un bofetón en la cara, le espetó que su hijo había vuelto a caer en las drogas por su ruptura. Sandra colgó el teléfono y volvió a llorar. Le costó meses y meses superarlo. No supo más de Carlos, ni del padre de éste, y poco a poco el tiempo menguó aquel dolor desgarrador que solo una joven de 16 años siente cuando pierde al que cree su primer amor.

Con el paso de los años, construyó la vida que ahora tiene y se mudó a Madrid creyendo que así dejaría en Barcelona su tormentoso pasado, sin pensar que los recuerdos y la culpabilidad te acompañan como un diario…

Sin esperarlo, unos golpes en la puerta de su despacho le hicieron volver a la realidad, a la actualidad donde estaba escribiendo aquella demanda. Se limpió una lágrima que caía silenciosa por su mejilla y respiró hondo mientras la puerta se abría.

-¿Todo bien? -le preguntó su compañera y amiga.
-Sí. Ha llegado el momento de cerrar un capítulo de mi vida. De decirle adiós  –y sin decir más, Sandra se levantó de la silla y pasó al lado de su compañera. Ésta asintió y le dejó pasar, pues conocía la historia y sabía a dónde se dirigía su amiga.

Sandra llamó a casa para decir que volvería tarde por temas de trabajo y dio la vuelta a la llave. El motor arrancó en un sonido ronco y piso el acelerador. Tenía bastantes kilómetros hasta llegar a Barcelona.

Tres horas y media después aparcaba el coche. Primero hizo una parada en la tienda que había justo al lado y respiró hondo. Por suerte para ella la verja estaba abierta. Se detuvo a mirarla. Estaba carcomida por el paso de los años, ni siquiera Sandra recordaba con exactitud, cuando fue la última vez que visitó aquel lugar. Con paso decidido entró. Buscó la ubicación, no le costó mucho encontrarla, y entonces se detuvo.
¿Estaba preparada para verlo? ¿De verdad había hecho bien yendo hasta allí? Ahora no había marcha atrás. Tenía que seguir y hacer frente a ese sentimiento que tantos años la había acompañado al lado.

Llegó y se paró frente a él. Su imagen le trajo tantos recuerdos. A pesar de los años, Sandra lo seguía viendo igual de guapo que cuando lo conoció.

-Aquí estoy Carlos. –dijo en voz alta, sabiendo que no recibiría respuesta.
Lo foto de Carlos pegada a la lápida le devolvió la mirada.
Depositó en el jarrón la rosa blanca que había comprado antes de entrar y con un suspiro sacó la carta de su bolso.

La misma carta que recibió el año que se graduó. Sabía lo que significaba  y por eso nunca se había atrevido a abrirla hasta ahora. Miró a ambos lados y cuando comprobó que estaba sola, se sentó en el suelo con las piernas cruzadas. La lápida de Carlos estaba en una primera altura, por lo que quedaba a su distancia. Con dedos temblorosos rasgó el papel del sobre y desdobló el papel. Ahí estaba la despedida de Carlos.

Hola Sandra,
Si recibes esta carta es porque ya no ha habido vuelta atrás.
Te escribo para que sepas que siempre te he querido, aunque a mi manera, porque me pudo más el dolor familiar que la felicidad que podrías haberme aportado tú de haber seguido juntos y haber formado la nuestra propia.
Solo yo soy el responsable de la vida que he elegido, de la vida que he finalizado. Solo yo tengo la culpa de no haber valorado el día a día. Podríamos haber sido felices juntos, sin embargo yo no estaba dispuesto a esa felicidad.
Siempre te admiré. Fuiste la más madura de los dos. Solo tú supiste afrontar la realidad y tomar aquella decisión. Posiblemente de haber seguido conmigo habría acabado llevándote yo hacía mi mala vida y no al contrario.
Te escribo para despedirme, para desearte la mayor de las felicidades. Que te la mereces.
Solo te pido un último favor, por mí, por lo que un día fuimos, no te culpes de algo que escapaba de ti, de nosotros.
Hasta siempre.

                                                                                                                                                           Carlos.

Cuando terminó de leer aquellas lineas, se limpió las lágrimas y respiró hondo cogiendo toda la fuerza que pudo. Se incorporó y tras darle un beso a la fotografía de Carlos quemó la carta. Había llegado el momento de dejar la culpa a un lado y empezar a disfrutar en serio de la vida que tenía.

Ava.

 

NOTA: El día que escribí este relato, hace unos 6 meses, no imaginé que acabaría convirtiéndose en un pasaje real de mi vida. D.E.P.

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5 Comentarios

  • MAR dice: 20 enero, 2016 at 6:55 pm

    Los pelos de punta…increíble!

    Responder
  • Mary dice: 22 enero, 2016 at 5:37 pm

    Ufff laura ke bonito…komo se puede escribir tan bien ..se me a puesto la arne de gallina

    Responder
  • Mariajo dice: 24 enero, 2016 at 10:56 am

    Extraordinario. Uauuu.. Le he puesto tu voz,como cuando lo leíste en mi casa.. Increíble.

    Responder
  • Lilalolailo dice: 2 febrero, 2016 at 10:23 pm

    Puro sentimiento… Muy bueno.

    Responder
    • Ava Tamsen dice: 4 febrero, 2016 at 10:46 pm

      Gracias bonita!

      Responder

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