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La Habitación de Ava
Relatos Cortos 2

DECISIONES

Por Ava Tamsen @@ava_tamsen · On 12 mayo, 2016


Pequeñas gotas de lluvia caían despacio, deslizándose por el viejo cristal. Fuera hacia un frio polar y los viandantes empiezan a cubrirse bajo sus paraguas mientras los más despistados, caminan deprisa para refugiarse antes de que el hombre del tiempo acierte, y empiece a llover con asiduidad y fuerza.
Sus ojos seguían los rastros de la lluvia a través del ventanal. Suspiró y una pequeña mancha de vaho empañó el cristal. Mecánicamente levantó su débil mano, tal y como eran todos sus movimientos desde un tiempo a esta parte, y la borró con la mirada aún fija en la nada.

-Que fácil ha sido borrar la pequeña mancha de vaho -pensó. -Que fácil sería mi vida si todo pudiera controlarlo con un simple movimiento con la mano. ¿Mi vida? Yo ya no tenía vida. Ya no me pertenecía -se giró hacia la pared blanca donde se encontraba la cama y con un movimiento de cabeza se puso a contar. -Hace 7 meses que mi vida les pertenece a ellos -resopló.

Su debilidad apenas lo mantenía firme, por lo que tenía que sentarse con frecuencia en la silla de madera que estaba bajo el escritorio. Apoyó ambas manos bajo su barbilla y continuó contemplando las gotas de lluvia que derrapaban, ahora ya más rápido por el cristal hasta perderse en el alféizar de la ventana.

Un día más que pasa, un día más que se va sin aprovecharlo. Ya no recordaba la última vez que sonrió, la última vez que tuvo una conversación interesante, la última vez que estuvo rodeado de gente que él quería, la última vez que había sido feliz en su vida. A veces se planteaba el suicidio como la única vía de escape al encarcelamiento al que estaba sometido, pero la simple idea de sobreesfuerzo le hacía recular y suspirar con frustración al darse cuenta que le habían arrebatado las ganas de luchar y hasta las de rendirse.

La puerta se abrió y aspiró ese aroma tan conocido para él, el aroma de la desgana, del miedo. El aroma de la pelea, de oír la voz irritante intentando convencerlo en hacer algo que no quiere, algo que antes disfrutaba y ahora le aterra.

-Buenos días -oyó como la voz conocida le saludaba.

Ni siquiera se giró, abrió la boca pero volvió a cerrarla sin emitir sonido alguno. -¿Para qué? -se preguntó a sí mismo.
Todos los días era la misma persona, todos los días los mismos intentos, todos los días el mismo quemazón en el pecho.

Oyó como se aproximaba a él por el ruido que hacían los zuecos de goma blanco en el suelo laminado.
-¿Cómo te encuentras hoy? -le preguntó.

Él levantó la vista y la miró. Mismo rostro, misma sonrisa forzada, misma mirada indiferente. Sabía que ella preferiría estar en cualquier otra parte que no fuera su habitación. Desde que entró allí no habían empatizado ni un sólo día. Ella intentaba hacer su trabajo lo mejor que sabía, pero lo que sabía era pésimo y sin paciencia.
No entendía como alguien podía dedicar su tiempo a otras personas si lo que quería era dedicar el tiempo sólo a sí misma. Habían trabajos por obligación y trabajos por vocación, y por todo ese tiempo que llevaban viéndose cada día, él sabía qué tipo de trabajo había escogido ella.

-¿Probamos a ver qué tal está? -le preguntó manteniendo el tipo.
Él la miró un segundo y volvió a desviar la mirada hacia las gotas que corrían por la ventana.
-Vamos. Tienes que poner de tu parte -continuó. -Al final sabes cómo acabará esto, ¿es lo que quieres?
Soltó un suspiro al ver que él no entablaba conversación.

Él volvió a girarse y se mantuvieron la mirada hasta que la puerta volvió abrirse de nuevo.
Él fue el primero en apartar la vista y dirigirla hacia la ventana, aunque esta vez dedicó un segundo a aspirar el nuevo aroma que inundaba la estancia. Era un olor nuevo, diferente, embriagador, olía a su niñez, a su pueblo en plena primavera cuando las pequeñas amapolas crecían en el camino detrás de su casa. Con movimientos lentos se giró y la contempló.
Las nubes empezaban a despejarse en el cielo y el sol asomaba por ellas, provocando que el reflejo del ventanal diera de lleno en la nueva invitada, por lo que no pude verle con claridad la cara, pero no hacía falta, su cuerpo, los mechones de pelo dorado que caían entre sus hombros, el olor a infancia… Era la combinación perfecta. Llegó incluso a pensar que al final había muerto y eso era lo que le esperaba en el cielo, hasta que la otra voz familiar e irritante lo sacó de su ensoñación.
-¿Qué haces aquí? -le preguntó.
-Ahora llevo yo su expediente.
-¿Porqué?
-Pues porque me lo han asignado.
-Pero de él me encargo yo.
-Ahora ya no lo harás.

Él escuchaba en silencio como ambas mujeres dialogaban con un deje en la voz que denotaba animadversión por parte de ambas.
Quería participar y decirle a la más antigua que se fuera y no volviera más, pero hacía tiempo que había aprendido a no inmiscuirse en asuntos ajenos, aunque el asunto en cuestión era él.
Al final con un: «Esto no quedará así», la más veterana salió por la puerta cerrando con fuerza.

-Hola -saludó la dulce voz aproximándose a él. -Como me gusta ver la lluvia caer -continuó ella mirando por la ventana. -Eso sí, siempre que me pille refugiada y no bajo el agua.
Él curvó sus labios en un amago de sonrisa, algo que hacía mucho tiempo que no hacía, y se giró para mirarla. Ella le devolvió la mirada junto con una sonrisa de dientes blancos y perfectos. Ahora podía ver su rostro con claridad y era la mujer más hermosa que había visto en su vida. Parecía que el corazón iba a salírsele del pecho y por primera vez en muchísimo tiempo, su estómago rugió. Él se sonrojó, ella por el contrario hizo como si no lo hubiera oído y volvió a mirar por la ventana.
-¿No te apetece salir?
-¿Eres nueva no? -preguntó él al fin.
-¿Tanto se nota? Ahora se sonrojaba ella.
-Sólo por el hecho que si lees mi historial sabrás que no me dejan cruzar esa puerta.
-Pero eso puede cambiar -contestó ella cambiando la dirección de su mirada hacia la bandeja que descansaba intacta encima del escritorio.
-No te esfuerces.
-¿Te cuento un secreto?
Él asintió.
-Soy la mujer más cabezota del planeta, – y aproximándose más a él continuó: y no voy a parar hasta que llegue el día que tú y yo salgamos bajo la lluvia.
Él curvó sus labios un poco más y ella le guiñó un ojo, entonces se enderezó y fue a por la silla que había al lado de la puerta para sentarse al lado de él.
Sentía su olor embriagador, podría alimentarse sólo de su aroma. A su vista era tan bonita, tan perfecta y a la vez sabía que era totalmente inalcanzable.
Ella hablaba animada, le contaba que estaba haciendo allí y cuáles eran sus objetivos, ajena a los pensamientos de él.
Pasaron la tarde hablando, él no recordaba cuando fue la última vez que había hablado tanto con una persona, y aunque sabía que no debía, ya se estaba haciendo ilusiones con ella. No fue hasta que ella se despidió prometiéndole volver al día siguiente que él reparó en la bandeja medio vacía que ella cargaba en una mano. Sin darse cuenta, se había comido parte de la ración, había alimentado su cuerpo después de tantos meses sin hacerlo.

Pasaron los días, las semanas y ella continuó visitándolo cada día a la misma hora, se sentaban uno cerca del otro frente al gran ventanal y se contaban su pasado, su presente y hasta sus planes de futuro mientras veían los rayos de sol aparecer y las gotas de lluvias caer.
Todo iba sobre ruedas, ella cada vez más animada le prometía que pronto podrían salir al jardín del lugar en el que se encontraban, que podrían continuar la conversación bajo un árbol y hasta volver a sentir la lluvia mojando su cuerpo. Él volvía a sonreír, volvía a tener ganas de vivir, y deseaba poder salir de esas cuatro paredes y poder sentir el aire entrando en sus pulmones. Había llegado a un punto en el que su pasado tormentoso se quedaba lejos de su nueva forma de ver el mundo.

Hacia una semana le habían permitido hablar por teléfono con su familia y tuvo que secarse las lágrimas al oír la voz de su madre al otro lado de la línea mientras, entre sollozos de emoción le decía lo orgullosa que estaba de él.

Todo volvía a tener sentido para él, hasta el día que decidió actuar. Había llegado el momento de declararse a ella, expresarle lo que sentía, pues él creía que está vez sería diferente, la notaba entregada, él pensaba que sólo tenía ese trato, esa conexión con él y no con el resto de internos, pero todo se truncó cuando se acercó a la recepción y la vio besarse con otro empleado del lugar. Su mundo volvía a derrumbarse, sus sueños volvían a truncarse y su estómago volvía a cerrarse.

Sin embargo esta vez era diferente para él, esta vez no tenía ganas de resistirse, había llegado el momento de tomar una decisión.
Dada la libertad que había conseguido en ese tiempo se acercó a la cocina y sin ser visto, abrió el cajón y tras encontrar lo que buscaba sigiloso volvió a su habitación.

La mañana siguiente amaneció lluviosa, el cielo estaba aún más negro que el día que ella apareció por primera vez en aquella habitación. Las gotas caían con fuerza y repiqueteaban en la madera haciendo un ruido constante mientras sus lágrimas se derramaban.
Con un susurro le habló:
-Al final saliste de la habitación para ver la lluvia caer -se despidió de él mientras veía a unos hombres introducir el ataúd en el coche fúnebre.

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2 Comentarios

  • Lilalolailo dice: 29 mayo, 2016 at 3:40 pm

    La piel de gallina… No me esperaba este final para nada.

    Sigue así por que tienes oro en los dedos.

    Muchos besetes y deseando leer más.

    Responder
    • Ava Tamsen dice: 29 mayo, 2016 at 7:04 pm

      Gracias reina. Nos ansiamos la una a la otra jeje.

      Responder

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