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La Habitación de Ava
Un sueño inesperado 0

CAPITULO 15

Por Ava Tamsen @@ava_tamsen · On 12 agosto, 2016


Al despertarme estaba sola y desnuda en la enorme cama. El reloj digital de la mesita marcaba las 10 de la mañana, mientras que la persiana estaba completamente bajada. Tardé un poco en acostumbrar mis ojos a la oscuridad y busqué por la habitación pero no había ni rastro de Enzo. Esperé oír algún sonido procedente de algún rincón de la casa, pero estaba sumida en el más absoluto silencio. Me incorporé y descubrí un papel doblado en la parte de la almohada donde debería estar su cabeza.

Como si me cayese encima un jarrón de agua helada, un escalofrío recorrió mi espalda. Estaba segura de que en ese papel decía lo mucho que había disfrutado y que ya me llamaría.

¿Cómo se puede ser tan cerdo? -me pregunté.

Me levanté de golpe y la cabeza me palpitó. Volví a sentarme en la cama y me apreté la sien con las manos.

No vuelvo a beber más –me dije a mi misma sabiendo de antemano que no lo iba a cumplir.

Me giré hacía la nota.

-Que te den –grité como si el diminuto trozo de papel pudiera oírme y lo rompí por la mitad.

Me levanté de la cama con toda la fuerza de voluntad que aún quedaba refugiada en algún rincón de mi cuerpo y recogí todas mis pertenencias que estaban hábilmente dobladas, en una pequeña cómoda en uno de los laterales del dormitorio.

Me vestí y me dirigí hacía la puerta que imaginé sería el lavabo. No me equivoqué y no pude evitar soltar un taco de asombro cuando entré.

Era enorme. Al lado derecho de la puerta había dos pilas rectangulares y blancas sobre mármol oscuro, con un espejo de punta a punta de la pared. Había un pequeño váter en frente de la puerta y en la otra parte, justo frente al espejo, había una inmensa bañera ovalada de hidromasaje. Me acerqué y pasé la mano por el borde con nostalgia.  Pude imaginarme por un segundo a Enzo y a mí ahí dentro sumidos en el más absoluto placer y una punzada de dolor me atravesó el pecho.

Deseché de mi mente cualquier imagen ponzoñosa, y me puse en marcha para salir rápido de allí. Utilicé el váter y me lavé la cara para quitarme los restos de maquillaje que quedaban en mi cara. Había cometido el error de acostarme con los ojos pintados, y había amanecido cual mapache en su hábitat natural. Tenía pensado ducharme al llegar a casa para quitarme de encima cualquier rastro de la noche anterior. Incluido él.

Salí de nuevo a la habitación, me vestí y rebusqué en mi bolso en busca del móvil. Lo encendí para pedir un taxi y entonces caí en la cuenta que no sabía a qué altura me encontraba de la avenida, así que volví a depositarlo en el interior.  Me coloqué los zapatos y salí del dormitorio.

Ya llamaré desde la calle –pensé.

Bajé las pequeñas escaleras y me encontré con una estancia diáfana e inmensa que hacía de salón. Las paredes eran blancas y lisas, con algún cuadro abstracto colgado. Tenía un sofá de cinco piezas de cuero negro con una mesita de cristal al lado, y frente al mismo, había un aparador que contenía una televisión de demasiadas pulgadas para mi economía y una mini cadena. A mi izquierda un panel japonés tapaba lo que seria la puerta a la terraza, según vi del poco reflejo que se colaba, mientras a mi derecha había una puerta cerrada que imaginé sería por donde continuaba la casa. Imaginé porque no quise quedarme más tiempo del que ya había pasado allí. Solté el aire que sin percatarme había estado conteniendo en mis pulmones y me encaminé a paso decidido hacia la puerta de la calle sin mirar atrás.

-Adiós Enzo –susurré una vez cerré la puerta tras de mí.

Llegué a casa molida, física y mentalmente. Al menos me sentí aliviaba de ver que estaba sola, al parecer habían salido todos a disfrutar del sábado, así que me encaminé hacía mi habitación. Necesitaba una ducha.

Abrí el grifo y coloqué la alcachofa en el enganche, apoyé mi espalda contra los azulejos fríos y dejé caer mi cuerpo hasta abrazarme las rodillas mientras el agua caliente recorría mi piel.

Empecé a llorar.

Di vía libre a mis lágrimas mientras el agua se llevaba por el desagüe cualquier resto que pudiera quedar en mí de todo lo ocurrido la noche anterior.

No sé el tiempo que transcurrió hasta que mi respiración se normalizó, me sequé las lágrimas y me incorporé para lavarme el pelo y el cuerpo. Una vez hube terminado, salí más relajada del cuarto de baño y me puse un pijama corto para pasar el día deambulando.

Me tumbé en la cama cuando la puerta se abrió.

-¿Qué tal acabó la noche? –preguntó Sofía entrando en mi habitación.

La miré por un segundo y volví a dirigir la mirada al techo.

-¿Tan malo es en la cama? –se rió mientras ella se sentaba en la mía.

-Eso habría sido más fácil –respondí.

-¿Quieres contármelo?
Sonó más a una orden que a una pregunta.

Solté un suspiro de resignación.

-Tuve una dosis de sexo increíble, dormí abrazada a él y esta mañana me he despertado sola en su cama con una nota –dije sin pararme a coger aire en ningún momento.

-¿Estás de coña?

-¿Tengo cara de estar bromeando?

-¿Qué decía la nota?

-No lo sé.

-¿Cómo que no lo sabes?

-Joder Sofía –me desesperaba tener que recordarlo de nuevo. –Estaba claro. No había esperado ni a que me despertase. Cogí mis cosas y me fui.

-¿Y si te has equivocado?

-¿Por qué lo defiendes?

-Porque un tío que no tiene vergüenza a cantar una canción tan moña en un Karaoke repleto de gente, es que le importas y mucho –enfatizó la última palabra.

-O está desesperado por echar un polvo.

-No creo que Enzo necesite camelar a ninguna tía para llevársela a la cama.

No contesté. Tenía toda la razón. Solo había que ver el deseo que despertaba con cada mujer con la que se cruzaba, incluida una servidora.

Mi móvil comenzó a sonar, lo saqué del interior de mi bolso, miré la pantalla y su nombre parpadeaba en ella. Rechacé la llamada y lo dejé en la mesita.

-¿Es él? –preguntó mi amiga.

Asentí con la cabeza.

-Cógelo.

-No.

-Si te está llamando será por algo Carolina. No seas tan dura de mollera y habla con él. Tendrá una explicación.

-Estoy cansada de sus idas y venidas. No quiero complicarme la vida. Estaba de maravilla antes de cruzarme con él.

El teléfono nos interrumpió de nuevo. Lo cogí y tras rechazar la llamada de nuevo,  lo puse en silencio.

-Ya eres mayorcita para saber lo que haces, pero creo que ese chico está loco por ti y tu no lo dejas traspasar la barrera.

-¿De qué barrera me hablas?

-De ese caparazón que te has puesto. Mira Carol, lo que le pasó a tu padre es muy injusto, y tu madre ha vuelto a rehacer su vida, no puedes quedarte soltera toda la eternidad por miedo a que un día te abandonen o tu pareja se muera.

-No sé de qué me hablas –mentí.

-Te conozco demasiado, te quiero, y creo que deberías darle una oportunidad a Enzo.

-¿Has terminado? –pregunté algo molesta con el cariz que estaba tomando la conversación.

-Tú misma Carol –me dijo dando por finalizada la conversación y cerrando la puerta tras de sí.

Me tapé la cara con la almohada y solté un gruñido.

Enzo me había utilizado, lo sabía y punto. Maldije el día que me lo crucé, o mejor dicho los días.

Me di cuenta de que me había quedado dormida cuando la puerta de la habitación se abrió dando un portazo a la pared y di un bote en la cama. Aún somnolienta me giré hacía el ruido que me había despertado.

Me enderecé de golpe.

-¿Qué narices haces tú aquí?

-Eso mismo digo yo. ¿Por qué no contestas a mis llamadas? –preguntó bastante cabreado.

-¿Acaso tengo que darte explicaciones?

-Que mínimo después de lo que pasó anoche.

-¿Perdona? –no daba crédito a lo que oía. –Yo no soy la que se ha largado sin más esta mañana –le grité.

Este hombre me cabreaba de una manera sobrehumana.

-Te he dejado una puñetera nota –dijo y se pasó la mano por el pelo. Parecía cansado.

-No necesito un trozo de papel para consolarme de que la noche ha estado bien y de que ya me llamarás.

-¿Pero qué coño dices?

-Lárgate de mi casa –dije intentando sonar lo más serena que mis nervios me permitían.

-Joder Carolina ni siquiera has leído la nota. Me estás volviendo loco.

Me habría derretido si esa frase tuviera otro matiz, pero por su expresión sabía que iba con otro significado y me dolió.

No le contesté y me giré hacía la ventana con la intención de que se diera por vencido y se marchase de mi casa.

No tuve tanta suerte.

Soltó un suspiro y se acercó despacio hacía mi cama, noté como se hundía cuando se sentó en ella.

Me cogió de la barbilla para que lo mirase y de un manotazo se la aparté.

Me arrepentí al instante de ser tan brusca pero no lo demostré.

No me dio tiempo a reaccionar cuando me puso las manos en los tobillos y me tumbó en la cama, para después colocarse encima de mí e inmovilizarme las manos encima de mi cabeza.

Pegué un grito y me selló la boca con sus labios.

Estaba cabreado y su beso lo demostró. Era fuerte y duro, tenía los ojos abiertos y el negro de su iris me penetraba en lo más hondo de mi ser.

No iba a darme por vencida tan rápido esta vez, así que le mordí el labio inferior.

-Joder –gritó al separarse.

-Suéltame imbécil –dije retorciéndome en vano bajo su peso.

-No hasta que me escuches.

-No quiero escucharte.

-Por dios Carolina. Eres una terca.

Lo desafié con la mirada.

-Volveré a gritar y vendrá mi hermano.

-Te volveré a besar.

-Te llevarás otro mordisco –le dije arqueando una ceja.

-Tuve una urgencia en el hospital –me soltó sin más.

Lo miré boquiabierta.

Tonta, tonta, tonta…

-Eso decía la carta –continuó. Me miró pero ya no había enfado en sus ojos, sólo volvía a tener la expresión de cansancio.

Abrí la boca pero no emití sonido alguno y la volví a cerrar.

-Y que te quedases en mi piso hasta que volviera -concluyó.

Había pasado de tonta a profundamente retrasada. Me maldije a mi misma por no leer la dichosa carta y haber pasado una mañana de mierda por mi orgullo.

Seguí mirándole sin articular palabra.

-Lo siento. Quizás debí despertarte, pero me supo mal –continuó.

Sabía que estaba esperando a que dijese algo, así que carraspee y miré por encima de su cabeza.

-Suéltame por favor –le pedí tranquilamente.

Se dio por vencido y me soltó. Apoyó las manos a ambos lados de mi cabeza para levantarse de la cama, pero conseguí ser más rápida y rodee su cuello con mis brazos para atraerlo hacía a mí.

Le besé rozándole los labios y sus ojos se abrieron de sorpresa. Cerré los míos e introduje mi lengua en busca de la suya. Lo que comenzó con un beso suave de disculpa se tornó más fogoso a medida que nuestras lenguas se entrelazaban.

Enzo soltó un gruñido y empezó a quitarme el pijama. Yo le seguí en su trabajo de liberarnos de la ropa y lo desnudé a él.

Una vez nos deshicimos de cualquier obstáculo, empezó a lamer el lóbulo de mi oreja mientras notaba acelerársele la respiración. Estaba apoyado por un codo y con la mano libre me masajeaba uno de mis pechos. Yo me encendí al instante, busqué su miembro y cerré mi mano en torno a él. Dejó mi lóbulo y continuó descendiendo su boca por mi cuello, a la par que descendía también su mano hacía mi bajo vientre. Gemí cuando noté su dedo introducirse en mi interior, y acto seguido puso su boca en la mía para devorármela mientras nos masturbamos el uno al otro. Una punzada de soledad me invadió cuando retiró su mano de mi interior, pero duró poco cuando me cogió por la cintura y tumbándose de espaldas me sentó a horcajas encima de él. Se colocó un preservativo y encajó su miembro en la abertura de mi sexo. Sin dificultad se coló en mi interior para llevarme al más placentero y vibrante orgasmo que había tenido nunca.

-Me gusta hacer las paces contigo –me dijo sonriendo una vez terminamos y estábamos de lado sirviéndonos de nuestros brazos como almohada. Con la mano libre recorría mi costado desde el comienzo de la axila hasta el principio de mi muslo.

Solté una carcajada.
–Creo que voy a enfadarme contigo más a menudo.

El que se rió entonces fue él. Me atrajo hacía sí y me dio un pico en los labios.

-Vamos, vístete.

-¿Porqué? –pregunté haciendo un puchero.

-Porque seguro que no has comido nada, y aunque me encantaría pasar el resto del día en la cama contigo deberíamos comer algo primero.

-No tengo hambre –le dije como una niña malcriada la cual le están quitando su juguete nuevo.

-No seas terca –me dijo, y dándome un casto beso en la nariz se levantó y empezó a vestirse.

-¿Dónde vamos a ir?

-A mi casa.

-¿Y qué tiene de malo la mía? -pregunté dubitativa.

-Hay demasiada gente aquí.

-Oye… -protesté, pero me selló la boca con su dedo y me susurró: -Te quiero solo para mí.

No contesté pero imaginé la cara de tonta empedernida que le puse con sonrisita incluida. Me recriminé a mi misma por parecer una colegiala.

-Venga vamos. Saca tu precioso culo de la cama y marchémonos.

-A sus órdenes mi capitán –le contesté haciendo el saludo militar.

Veinte minutos más tarde, tras varios amagos entre besos, de volver a meternos en la cama, conseguimos salir de mi habitación con la ropa puesta.

-¿Os vais? –preguntó Sofía con una sonrisa socarrona.

-Que sepas que esta te la guardo por dejarlo entrar sin más –intenté sonar enfadada pero no lo conseguí.

-No me fastidies guapa. Ha sido el mejor favor que te he hecho en la vida, y tus gemidos de antes lo corroboran.

Soltó una carcajada.

La fulminé con la mirada mientras notaba arder mis mejillas.

-Me la llevo a comer fuera. No sé si te la traeré de vuelta -contestó Enzo por mí.

Me giré hacía él con una expresión interrogante en la cara.

No hablará en serio. Si solo llevo lo puesto –me auto convencí.

 

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