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La Habitación de Ava
Un sueño inesperado 0

CAPÍTULO 16

Por Ava Tamsen @@ava_tamsen · On 18 octubre, 2018

Cuando volví a pisar el suelo de madera de su piso, sentí una sensación extraña. Una sensación de plenitud. La tranquilidad invadía mi cuerpo pero decidí que no era momento de intentar descubrir a que se debía dicha sensación, por lo que preferí alejar de mi mente cualquier pensamiento con un movimiento de cabeza y me giré hacia Enzo.

-¿Y bien?

-¿Y bien? -me devolvió la pregunta.

-Ya estoy aquí.

-Ya lo estoy viendo -curvó el labio en una media sonrisa y yo puse los ojos en blanco. Di media vuelta y me encaminé hacia el amplio sofá que presidia el salón.

-Ponte cómoda -soltó al ver a donde me dirigía.

-Me caías mejor en mi casa. -le espeté, cruzándome de brazos cual niña enfurruñada.

No me contestó. Soltó una pequeña carcajada y se dirigió hacia mi, sin apartar sus ojos de los míos. Le sostuve la mirada y me sorprendí cuando una electricidad recorrió cada recoveco de mi piel. No pude evitar estremecerme con un escalofrío y me mordí el labio inferior mientras seguía mirando su paso lento y decidido aproximándose hacia mi. Como un león se aproximaría hacia su nueva caza.
Una vez llegó a mi lado, me rodeó la cintura y con un rápido movimiento acabamos tumbados en el sofá. Él encima mío, como era de esperar. A continuación, empezó a recorrer mi cuello con pequeños besos, acompañados de algún dulce mordisco.

-Tengo que parar.

-¿Porqué?

Se incorporó sin contestarme y yo aún tumbada, lo miré esperando una respuesta.

-Tienes que comer algo.

Levanté demasiado rápido una ceja y por su sonrisa me di cuenta de lo que había interpretado. Mis mejillas empezaron a arder, así que tuve que desviar la vista para no enfrentarme a la suya.

-Eso para después -siguió a modo de guasa.

Le lancé un cojín que alcanzó al vuelo.

¡Que reflejos!

Desistí en mi intento de persuadirlo y me dirigí a la cocina detrás de él.

-¿Tienes preferencia por algo? ¿Alergias que deba conocer?

-No. Puedes preparar lo que quieras.

-Te haré mi plato estrella.

-¿Pasta? -me reí.

-Típico de los españoles. Os creéis que no somos capaces de cocinar nada más que unos espaguetis.

-Bueno, ya estás tú aquí para romper con las suposiciones.

-Un día te voy a hacer una paella que te provocará el mayor orgasmo de tu vida. -soltó sin apartar la mirada de mí mientras cortaba en dos un tomate.

Me ruboricé como contestación.

Un cosquilleo recorrió mi cuerpo y tragué el nudo de emociones que se formó en mi garganta. Sin decir una palabra me quedé mirando la barra de madera que nos separaba, mientras pasaba mis dedos por ella, imaginando todo lo que podríamos hacer encima. Como ya venía siendo costumbre, Enzo parecía leerme el pensamiento cuando habló:
-No te preocupes Carolina. Tenemos todo el tiempo del mundo para probar cada suelo o mueble de mi casa.

-No seas arrogante.

-Me lo pones fácil. Eres un libro abierto.

Puse los ojos en blanco de nuevo y me senté en uno de los taburetes para verlo cocinar. Se manejaba bastante bien, con pasos y movimientos firmes y decididos. Era un placer verlo tan seguro de si mismo en un campo que la sociedad siempre había asociado más a las mujeres.

-Toma -me sirvió vino en una copa que cogió de uno de los muebles.

Me deleité con el primer trago. Era un tinto afrutado que entraba traicioneramente demasiado bien.

Levantó su copa y me miró:

-Brindemos.

-¿Por la paz en el mundo?

-Por los desafortunados encuentros que acaban en un hospital.

-¿En serio quieres brindar por accidentes?

-Si no hubiese sido por ellos no te habría follado anoche.

-No seas vulgar -dije intentando esconder mi sonrisa, y de nuevo el ardor de mi mejilla.

-Soy directo y eso te acojona.

-No entiendo porque

-Porque tienes miedo

-¿Y porque iba a tenerlo? ¿No serás un psicópata con un trauma infantil protagonista de un capítulo de mentes criminales que pretende persuadirme, atarme a la cama y follarme hasta que te hartes y después me mates?

Tardó unos segundos en responder con la mirada puesta en el techo. Cuando le pareció el momento idóneo bajo la cabeza y con sus ojos negros mirándome fijamente dijo:
-No. Matarte, no.

No pude evitar reírme y el trago de vino que había tomado mientras esperaba su respuesta salió directo de mi boca en dirección a él.
De nuevo sus reflejos me dejaron perpleja cuando se apartó sin que le llegase a salpicar ni una sola gota.

-Eres idiota, ¿lo sabias?

-Y tu una asquerosa

-¿Nunca te han dicho que desbordas simpatía?

-Bastante a menudo

-Mira que eres prepotente -puse los ojos en blanco

-A la mierda. -soltó -Esto es un plato que se sirve frío.

Sin esperarmelo dejó lo que estaba haciendo y en dos zancadas se plantó a mi lado. Me vino el tiempo justo de depositar la copa en la barra cuando me agarró por la espalda y me levantó en volandas. Para contribuir, rodee mis piernas en su cintura y enredé mis dedos en su pelo mientras agachaba mi cara para devorar su boca.
Como dos quinceañeros enredados, comiéndonos a besos, nos dirigimos hacia su habitación.

De nuevo hizo que gritase su nombre mientras encogía los dedos de los pies y mi cuerpo pegaba pequeñas sacudidas cuando llegué al orgasmo. Este hombre no sólo utilizaba sus manos para curar enfermos, si no que sabía donde y cuando tocar a una mujer para hacerla enloquecer.
Cuando él alcanzó el clímax segundos después, cayó exhausto al otro lado de la cama y se puso una mano en el pecho para normalizar poco a poco su respiración.

-Ahora si tengo hambre -dije para romper el silencio.

Soltó una carcajada y se giró para mirarme mientras apoyaba un codo en el colchón.

-Sabía que esto te abriría el apetito.

-Yo creo que me has abierto demasiadas cosas hoy -me arrepentí nada más las palabras salieron de mi boca. Yo nunca había sido tan descarada.

Volvió a reírse. Esta vez más fuerte.

-No te rías de mi -solté molesta.

-No me río de ti. Me río de que te ruborizas a la mínima -pasó un dedo por mi mejilla ya de por si, bastante acalorada.

-Para el caso es lo mismo -dije retirando su mano e incorporándome. Empezaba a sentirme incómoda de estar desnuda mientras hablábamos.

-A mi me parece encantador.

-A mi no -zanjé. Estaba a punto de levantarme de la cama cuando me agarró de la cintura y me tumbó, para colocarse de nuevo encima de mi.

-Mírame -exigió.

-No me da la gana -le reté mientras miraba hacia la pared. El blanco me parecía más interesante que mirar esos ojos negro azabache.

No contestó. Se limitó a bajar su mano despacio hacia mi entrepierna aún sensible y sin darme tiempo a reaccionar, introdujo dos dedos en mi interior.

Grité. Una combinación de sorpresa y placer recorrió mi cuerpo. Por el contrario él acercó su boca al lóbulo de mi oreja y se deleitó lamiendo y mordiéndola.
Movida por el placer abrí más las piernas y arquee la espalda para darle más acceso a mi interior.
Gemí de frustración cuando de pronto retiró los dedos y se separó un poco de mi cuerpo. Cuando iba a protestar, levanté la cabeza y vi como se deslizaba hacia abajo para enterrar su cara entre mis piernas. Acto seguido noté su lengua recorrer la cara interna de mis muslos.
Dedicó un tiempo mas que prudencial a explorar mi sexo. De pronto iba rápido para después llevar un ritmo lento. Igual lamia que pegaba pequeños mordiscos en el punto exacto. Consiguió de nuevo que gritase de placer mientras mi cuerpo reaccionaba a su modo con pequeñas sacudidas.

-Necesitamos una ducha -dijo pasándose los dedos por la comisura de sus labios.

-Creo que deberíamos ducharnos por separado.

-No me digas que tienes vergüenza.

-No. Lo que tengo es hambre y ahora mismo no aguantaría otro asalto.

Soltó una carcajada.

-Prometo portarme bien -dijo mientras me miraba lascivamente.

-¿A ti nunca te han dicho que la cara es el espejo del alma?

-Demasiado bien me conoces.

Iba a contestar cuando me sorprendió cogiéndome en volandas y cargando conmigo hacia el cuarto de baño.

Una vez dentro, me dejó encima del mármol con suavidad, mientras yo me cargaba el romanticismo soltando un taco tras el contacto frío de mi piel contra la piedra.
Abrió el grifo de la bañera y se giró hacia a mi:

-Ahora vuelvo.

Asentí y me quedé contemplando su perfecto trasero desnudo mientras salía del baño.

A los pocos minutos volvió con una bandeja que depositó a mi lado y no pude evitar echarme a reír al ver su contenido.
Dos sándwiches, a simple vista, bastante elaborados y las dos copas de vino de nuevo llenas, que habíamos estado tomando en la cocina.
Cogí uno de los sándwiches y perdiendo cualquier encanto, le di un bocado tan grande que sin esperarmelo unas gotas de mayonesa fueron a caer entre mis muslos.
Estaba pensando en abrir el grifo para limpiarlo cuando se me tenso cada músculo de mi cuerpo al ver como Enzo con esa mirada provocadora se inclinaba y lamia mi piel hasta hacer desaparecer cualquier resto de mayonesa.

-Acabo de descubrir donde voy a comer a partir de ahora -dijo mirándome aún agachado entre mis piernas.

Me ruboricé.

-Deberías vigilar que no se salga el agua -cambié de tema.

Se enderezó y tras pegar un bocado al sándwich que mantenía entre mis manos, se giró para tocar el agua.

-Ya está -dijo cerrando el grifo.

Se introdujo despacio y una vez se hubo sentado me invitó a acompañarlo con un movimiento de su mano.

Dejé el sándwich de nuevo en la bandeja y me acerqué despacio mientras notaba palpitar mi sexo.

Tenía un problema con este hombre y con la facilidad que tenía para ponerme a cien.
Metí los pies despacio y como ya venía siendo costumbre, con un rápido movimiento Enzo me colocó entre sus piernas de espaldas a él.
Eché la cabeza hacia atrás y él empezó a darme pequeños mordiscos en el cuello mientras recorría mi cuerpo con sus manos.

-¿Has comido suficiente? -me preguntó.

Levanté la cabeza y me giré para mirarlo.

-¿Se puede saber que estudiáis en la carrera de medicina para tener tantas ganas?

-Perdona guapa pero esto viene de casa.

-Se supone que anoche tuviste una urgencia. ¿Tu no duermes o que?

-Vamos a ver Carolina, te tengo desnuda en mi bañera a escasos centímetros de mi sexo, ¿de verdad piensas que podría plantearme si quiera el echarme a dormir?

Solté un grito cuando, sin haber terminado de hablar, introdujo de nuevo sus dedos en mi interior. Con la mano libre rodeó mi nuca y acercó mi cara a la suya, pegó sus labios a los míos y devoró mi boca mientras me masturbaba, introduciendo y sacando sus dedos de mi interior. Con suavidad lo detuve y me giré hacía él para masturbarlo.

Exhaustos, una vez terminamos de darnos placer, me dejé hacer mientras él con dulzura me lavó el pelo y el cuerpo.

Con el último asalto en la bañera decidimos hacer una tregua y nos acomodamos en el sofá para ver las típicas películas de sobremesa que emitían por televisión.

No sé en que momento nuestras respiraciones se acompasaron y terminamos durmiéndonos.

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