Recorro las calles camino de casa una vez terminada mi jornada y no puedo evitar pensar en ti.
Calles desiertas, persianas bajadas, ni siquiera las farolas alumbran con la misma intensidad.
Casi un año ha pasado desde que el mundo se paró, un mundo que ha cambiado mucho en estos años de tu ausencia, pero que hoy por hoy, lo que predomina es la tristeza.
No hay gritos de niños corriendo por el parque, no hay charlas en los bares, no hay visitas de familia, ni tan siquiera hay sonrisas…
Nos han arrebatado la calidez de un abrazo, el visitar nuevos lugares, los bolsillos y el valor a no ser repudiado, y sobretodo nos han arrebatado la vida… la vida de personas que como tú, se han ido sin una carta de despedida.
Hoy por hoy me siento protagonista de una película de ciencia ficción. He pasado de ser una princesa Disney que sueña con su castillo y príncipe azul, a despertarme cada día con la obsesión y la incertidumbre de que malas noticias nos dirán hoy.
Sin la hostelería, sin las reuniones de amigos ni familiares, sin fumar por la calle, ni tan siquiera poder sonreír a un desconocido… Ay papá, si estuvieras aquí… De cuánto podríamos conversar… Eso sí, por videollamada, quizás.
No veo el momento, de volver a nuestra vida anterior… De recuperar el tiempo que nos han quitado sin previo aviso, no sé cuándo llegará el día en que pueda romper la tela que nos cubre medio rostro y volver a sonreir al mundo entero.










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